SOBRE LA LIBERTAD DE ELECCIÓN DE NUESTROS HIJOS

27.02.2015 16:40

Tanto los seres humanos como los animales transmitimos de una generación a otra conocimientos. El género humano va un poco más allá: ha desarrollado la capacidad de aprender reemplazando la experiencia personal por la de un tercero.

Esa maravillosa herramienta evolutiva que le permite al pequeño incorporar lo que el adulto le transmite, sin necesidad en este caso de exponerse a ser convertido en bocadillo de fiera, tiene una característica que implica un riesgo: requiere un cerebro permeable, receptivo, que no cuestione en lo más mínimo aquello que se le ofrece como verdad.

Y esa es la principal característica del cerebro de los niños: una vulnerabilidad de base que se traduce en lo que en ciertas circunstancias llamamos inocencia. El niño que evitó la cueva del oso, también aprendió, con el mismo nivel de certeza, que para llamar la lluvia debía bailar toda una noche alrededor de una ceiba, o que debía persignarse al pasar por el frente de una iglesia, que María se apareció en una taza de chocolate, que el Sábado es el día verdadero de reposo. Y ambos aprendizajes —eso es lo más llamativo— permanecerán como verdades incuestionadas por el resto de su existencia, como ocurre con la práctica totalidad de los seres humanos.

Para los pequeños, carentes del poder de discernimiento, todas las afirmaciones de los adultos son verdades absolutas. Y sobre ese maravilloso sustrato permeable se pueden sembrar lo más espléndidos conocimientos o las más trágicas manipulaciones.

Se puede discutir a profundidad sobre lo útil o perjudicial de los preceptos religiosos. Lo que no es discutible es que gran parte de su arraigo procede de la edad en que son sembrados y de las características vulnerables de los cerebros que los reciben.

El concepto religioso se deposita en cerebros vulnerables e indefensos y, sin importar lo descabellado que sea, el niño lo aprenderá y lo repetirá como verdad porque procede de un adulto en quien confía y porque carece de herramientas para cuestionarlo.

Es así como aparece el abanico inverosímil: adultos que creen en piedras sagradas, en muertos vivientes, en deidades con cabeza de elefante o en hijos de vírgenes que salvan a la humanidad colgándose de un madero.

Que los padres adoctrinen a sus hijos en sus creencias religiosas es absolutamente legal y en la inmensa mayoría de los casos bien intencionado. Pero eso no lo hace menos abusivo ni más ético.

Las organizaciones religiosas suelen ser estructuras dogmáticas, autoritarias, machistas y jerárquicas tanto por su ideología, por su estructura interna, como por su actuación. Las sectas y las religiones constituyen una pieza esencial del Sistema, pues adoctrinan a la humanidad y consolidan el principio de autoridad y respecto al terreno político y económico, las sectas y religiones suelen bendecir al sistema de opresión imperante.

El sistema educativo es otra área desde donde se manipula y controla a las personas. La mayor parte de lo que se enseña son embustes y materia que no tiene sentido práctico en la vida pero que, de diferentes maneras, apoya el sistema establecido por el Poder.